ADORNO

EL CORPUS Y EL ESPIRITU DE SU DECORACIÓN

A la sombra de sus toldos, inmenso palio que protege el recorrido de la Custodia, luz y razón de ser del Corpus toledano, se proyecta día y noche sobre su cielo, un itinerario mágico en su laberíntico urbanismo. Es la marca imborrable del quehacer cotidiano de una Ciudad profundamente viva, que atesora en su alma una fiesta única, sin igual, donde la tradición religiosa y la necesidad de embellecer el marco por donde la Custodia desfila, ha obligado a los toledanos durante siglos a realizar un esfuerzo por tratar de inmortalizar su aspecto. Posibilitar un engalanamiento que acercase a Toledo al ideal de la belleza. Es  una explosión de júbilo, respeto y adoración. No existe celebración parecida, por pretenciosa que parezca dicha expresión, ya que refleja el estado de ánimo a lo largo de esos días  una Ciudad sin igual, que desde su más remoto pasado, ha estado siempre dotada de una responsabilidad histórica ante el reto que le ha otorgado su destino.

El desarrollo de la procesión esta cargada de una honda espiritualidad, como no podía ser de otra manera, donde la exaltación del Altísimo, es su máximo exponente, pues durante la celebración, recorre y camina lentamente por Toledo, dejando sentir su presencia por las mismas calles, plazas y rincones, casi inalteradas durante siglos, donde la huella de sus acompañantes y las sombras dejadas perviven, mudo recuerdo de un pasado eterno que se hace presente cada año en nuestra Ciudad.

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El Corpus representa el proceso de divinización de una fiesta, dignificación del instante que se convierte en procesión por la urbe de los hombres, en esa digna aspiración de Ciudad elegida, puerta de Occidente, llave para alcanzar una comunicación con el Altísimo sin igual.

El día del Corpus es un acto de fe sincera, donde el reflejo de la mirada expectante y humedecida por una emoción contenida, íntima y en soledad, como solo en Toledo se siente, contemplando con sumo respeto el paso de la custodia, alcanzando sensaciones que solo el alma puede describir. Todo ello en silencio, solo roto por el sonido sobrecogedor de las pisadas sobre las plantas aromáticas que alfombran el suelo.

Producto de un trabajo necesario, en esa labor callada y sigilosa tan propia de los toledanos, traigo hasta estas páginas el esfuerzo que, a lo largo de los años, se ha venido desarrollando en el embellecimiento del recorrido procesional, en la decoración de calles, rincones y plazas, dejando notas de color o trabajos de gran envergadura para que el día de la procesión se sienta con orgullo el trabajo final de  los motivos expuestos.

Hoy en día, después de años de dedicación y entrega, la misión se ha cumplido, tras la recuperación de gran parte de un material de gran valor. Quedará como un tesoro imperecedero el esfuerzo de jóvenes aprendices y maestros de oficio, dedicados durante meses a la restauración de piezas antiguas o a la ejecución de nuevos objetos vinculados a la tradición más honda y artesanal de la Ciudad, que se refleja en ese recorrido engalanado, que ha convertido las calles en soporte de un Toledo mágico.

Desde el plan de modernización y embellecimiento iniciado en el año 2008,  el recorrido procesional mantiene en sus estandartes un color de fondo que unifica  el trayecto, marca y da unidad a toda la decoración. El elegido fue el rojo, alegoría al estandarte real, usado desde tiempo inmemorial y por privilegio confirmado en el reinado de Pedro I, vinculando de esta manera el pasado y las más profundas  tradiciones de la Ciudad. A la vez es el color de la sangre y se asocia a la energía, fortaleza, determinación y pasión.

Comenzando el recorrido en la Puerta Llana, principio y fin de la procesión y del recorrido del Altísimo por las calles de Toledo, la decoración está marcada por los tapices de la catedral, piezas únicas tanto por su  calidad como por su belleza y valor, sobre ellos, unos antiguos faroles de vidrio emplomado, recientemente restaurados. Diseñados inicialmente como porta velas, se han incorporado a la iluminación del recorrido. En el lado derecho de la calle, las panoplias, alegoría militar transformada en elemento ornamental, con lámparas de forja y motivos decorativos vegetales y geométricos, unidas a estandartes de color y colgaduras,  unifican y adornan el recorrido procesional. Los motivos florales en las puertas de la catedral y las guirnaldas coronando los toldos, sobre los que cuelgan unos bellos faroles de forja con vidrio emplomado, culminan esta amalgama de objetos que constituyen el más bello ejemplo de arquitectura efímera de la Ciudad.

Tras la puerta de los leones desaparecen los tapices de la fachada de la catedral, apreciándose en su desnudez su belleza extrema. La decoración, por Sixto Ramón Parro, se potencia con el color en los estandartes. Los motivos vegetales, panoplias, elementos de forja e incensarios dorados sobre la fachada del antiguo mercado culminan esta amalgama de matices infinitos.

La Plaza Mayor, que rivaliza en proporciones con Zocodover, se convierte esos días en un conglomerado de color y tradición. Aquí, donde los espacios permiten cierta perspectiva en la contemplación, puede observarse con detenimiento el volumen, variedad y calidad de lo expuesto. Sobre la fachada del teatro Rojas, los floristas suelen hacer composiciones vegetales cargadas de matices y color.

Volviendo a las estrechas calles toledanas, Tornerías solo es recorrida a lo largo de unos escasos metros. Los justos para poder sentir la fuerza y riqueza de aromas y variedades que desprenden las paredes cargadas de vegetación.

Custodia

Un violento giro a la izquierda nos permite acceder a la calle Martín Gamero. En ambos lados de las fachadas, sobre fondo verde, aparecen los escudos de las hermandades, cofradías, órdenes, capítulos, clero y autoridades civiles que acompañan la Custodia. En el centro los faroles de Potenciano, una tradición más de la Ciudad, joyas recientemente restauradas, que también nos hablan, y de que manera, del valor patrimonial de Toledo, de su ilimitada riqueza y calidad, proporcionando una luz y color diferentes, reflejando unas tonalidades únicas. Un repiqueteo musical, oculto, ejecutado por un motor que mueve una serie de pequeñas campanillas que funcionan la víspera y el mismo jueves al paso del Altísimo, son el reclamo y llamada última, más al recogimiento que a otra cosa, convocándonos a la exaltación del momento y alegría del día.

La plaza de las Cuatro Calles no desmerece de lo hasta ahora visto. Los mantones de Manila, reposteros y estandartes nos informan que llegamos a la calle del Comercio, símbolo y corazón económico de la Ciudad en otro tiempo. No quiere dejar pasar la oportunidad de engalanarse con sus mejores galas, llenar el espacio de color, producto del trabajo de floristas, vecinos y montadores profesionales del material que la Junta Pro-Corpus guarda como un tesoro de año en año, con el único sentido y finalidad de volverlo a instalar en la carrera procesional, para gloria de Toledo y en reconocimiento al Altísimo. Entre todos consiguen su meta soñada, cubrir la totalidad del espacio, no permitiendo que exista  vacío entre balcones,  como una alegoría al barroco más toledano. Los toldos ponen techo a los faroles que cubren este tramo del recorrido, donde los símbolos del escudo de Toledo son patentes. EL águila se proyecta sobre el rojo y plata de la Corona de Castilla y León, simbiosis perfecta del viejo reino castellano. Conforme avanzamos aparecen los faroles de Moragón, joyas recientemente recuperadas, que esperan completar la colección con algunos otros que aguardan su rehabilitación. Son la culminación de un trabajo de iniciado hace años por la Escuela Taller de Restauración de Toledo. Sus dimensiones, por encima de 1,80 metros de altura, su vidrio emplomado y la pintura alegórica a la procesión hacen de estas piezas joyas únicas del material expositivo.

Llegamos al antiguo mercado de las bestias, a Zocodover. Plaza bellamente  irregular, centro administrativo, donde se ubica la Delegación de Gobierno, donde se cuelgan reposteros de países de habla hispana, cumplimentados por una amalgama de estandartes y alegorías religiosas que siguiendo la dinámica del recorrido no deja hueco sin cubrir, tratando de llenar de color este inmenso espacio donde la luz,  por estas fechas, alcanza su mayor intensidad. El Arco de la Sangre será referente de las palabras del Arzobispo, a su espalda, la Vega toledana, dotando de un  horizonte infinito a nuestra imaginación.

En la calle Sillería  recuperamos el pálpito de las laberínticas, estrechas y misteriosas calles toledanas. El verde es su color. El de la naturaleza, donde la armonía, exuberancia, fertilidad y frescor tratan de dotarnos de esperanza. Se quiso dotar de esta tonalidad por la vitalidad de su espacio. Aquí aparece otro de los elementos recuperados, un velón antiguo rehabilitado, sirvió de modelo para ejecutar más de un centenar de nuevas piezas, todas similares, pero añadiéndole en su parte inferior un pequeño estandarte de color rojo que cuelga de una lanza que nace en paralelo a la vela. Nada es producto del azar. Y en el diseño de la pieza se equilibró su dimensión con los espacios a cubrir en el recorrido.  Solo falta elevar hacia el cielo la vista para poder contemplar los bellos faroles emplomados y pintados con alegorías religiosas. En la esquina hacia la plaza de  San Agustín,  aparece colgada una pieza romboidal de gran belleza y antigüedad.

Tras la plaza de San Nicolás, los motivos florales marcan su espacio rectangular. Las vidrieras, estandartes y reposteros aumentan el tamaño del recinto, preparando al caminante a los nuevos tramos del recorrido. Así llegamos a la calle Alfileritos, larga y bella encrucijada. Vuelven a aparecer los escudos de cofradías, hermandades, órdenes y capítulos. Ahora sobre fondo rojo, alegoría al valor y coraje. Si durante algunos años se colocaron alineados de dos en dos, a la altura de los faroles, después se han ubicado sobre las paredes. Los faroles destacan por su tamaño y trabajo tanto de la forja como del emplomado del vidrio. Si cada uno es una joya en sí, juntos constituyen un tesoro. El juego ascendente y descendente de la calle permite que los faroles participen de un movimiento de adaptación a los niveles del solado, que culmina en la elevación que se produce cuando se llega al cubillo de San Vicente, uno de los lugares mágicos para contemplar la procesión. Los arcos ciegos de la antigua iglesia se cubren con bellas vidrieras emplomadas con motivos geométricos y vegetales. Es una llamada más al color y luz que irradian dichos elementos ante la oscuridad creada por los toldos. Los motivos vegetales a lo largo de Alfileritos se han tenido que adaptar a una forma vertical, para lo que se crearon unos elementos metálicos que facilita la instalación de las plantas, que busquen en las alturas la claridad tan necesaria a su desarrollo. De nuevo en esta calle se vuelven a escuchar las campanillas. Es la llamada permanente al recogimiento, a la expectación ante lo que acontece.

La plaza de San Vicente se abre al toldo que cubre el sendero de la Custodia. La decoración instalada sobre fachadas esta marcada por el color azul, símbolo del cielo eterno, lealtad y confianza, y un elevado número de elementos vegetales instalados por diferentes espacios de la plaza.

Por la calle Alfonso X el Sabio continúa el recorrido. En su primer tramo presenta escasas dimensiones, pero para nada mengua su tratamiento decorativo. Llena de plantas y estandartes mantiene la línea de lo realizado hasta el momento. Desde los bellos candelabros de forja hasta los pequeños detalles de chapa que sirven para albergar lámparas, todas ellas son piezas que mantienen la unidad decorativa del recorrido.

Tras el cruce con la calle Navarro Ledesma, nos presentamos en una simbólica encrucijada que está marcada por la Iglesia de San Ildefonso y la fachada del antiguo monasterio de la Orden de los Jesuitas, hoy sede de la Agencia Tributaria. Destaca la riqueza de reposteros que cubren los balcones del bello edificio barroco y la profusión de motivos vegetales que aparecen a lo largo de esta calle. 

La calle Alfonso XII esta definida por sus formas y orografía. Teniendo en la plaza del Marrón un rincón de gran belleza, donde destacan motivos heráldicos de carácter tradicional sobre estandartes rojos. Con el final de la calle, en confluencia con Rojas, aparece un bello farol, propio de la tradición más toledana, recientemente restaurado por un vecino, ejemplo que nos habla de las posibilidades que tiene la colaboración ciudadana en los preparativos del recorrido procesional.  

La calle Rojas rompe la unidad de colores que hasta ahora habíamos tenido. Aquí predomina el oro viejo, símbolo del sol, representando la alegría y felicidad, todas ellas condiciones propias del estado anímico que se debe sentir en los prolegómenos de la celebración. Además se incorporan unos bellos reposteros dejados por la Diputación de Toledo.

         La calle de la Trinidad es otro de los espacios profusamente decorados con estandartes rojos, salpicada por algunos otros reposteros particulares que alegran y rompen la uniformidad del recorrido. Velones, faroles, motivos florales, guirnaldas y el toldo, siempre ese inmenso palio, culminan prácticamente el recorrido hasta llegar a la calle Arco de Palacio, donde se impone de nuevo el éxtasis decorativo con los reposteros de la catedral y ornamentación vegetal. El recorrido concluye tras contemplar la fachada principal del Templo Primado y la del Ayuntamiento, ricamente decorada en balcones y muros por estandartes y plantas, además de tener a los gigantones, de época de Lorenzana, también restaurados hace varios años, instalados sobre  su balconada como guardianes de la Ciudad, figuras hieráticas, que lejos de alejarnos del sentido lúdico del momento, son símbolo perpetuo de la festividad del Corpus.
     El recorrido concluye. Después del montaje y emoción que precede a la Procesión, entre la sobriedad y apoteosis del momento, volverán los trabajos de  retirada del material a los almacenes municipales, entre el silencio y soledad, hasta un nuevo año. Las calles recobrarán su pulso habitual y en todos quedará marcada la celebración del último Corpus como una fecha más a conservar en la memoria del recuerdo, archivo en el tiempo de los sentimientos.

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